“Lo que aprendí de mi
pingüino” (Plaza y Janés) es una de esas historias que llaman la atención
por el título y por su peculiaridad. Pero es que, además, esta historia ocurrió
de verdad, y el propio protagonista, Tom Michell, es quien la cuenta en primera
persona.
Inglaterra, años 70. A sus 23 años, Tom Michell está soltero y
con ganas de ampliar horizontes. Cuando le ofrecen un puesto de profesor en un
internado inglés de Argentina, acepta a pesar de la fragilidad política y
económica que vive el país.
Durante unas vacaciones en Uruguay, rescata a un pingüino
atrapado en un vertido de petróleo. A partir de entonces, se establece entre
ambos una relación muy especial. El pingüino se las arregla para hacerse
entender y dialogar con Tom, quien decide llamarle Juan Salvador. Tras
limpiarlo, reanimarlo y darse cuenta de que el pingüino no piensa volver al mar,
entiende que no le queda más remedio que llevárselo de vuelta a Argentina.
Este es el principio de una insólita amistad que durará
varios años. Esta se convertirá, entre otras cosas, en la mascota del equipo de
rugby del internado, en el confidente del ama de llaves, en el anfitrión de
numerosas fiestas en casa de Tom y en el entrenador de natación más
estrafalario de la historia.
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