Ya he comentado en anteriores entradas que las aventuras de este detective me encantan, entre otras cosas, porque no es el típico investigador alcohólico y con una vida personal desastrosa. Es un delincuente reconvertido en hombre con una vida estable, y cuyos casos tienen lugar en el siglo XIX, una época en la que no existían los avances tecnológicos de la actualidad, por lo que su capacidad deductiva juega un papel muy importante. Resumiendo, es un Sherlock Holmes nacional.
En esta cuarta aventura protagonizada por Ros, la acción no decae ni un momento. Desde la primera página consigue intrigar al lector, y le lleva sin descanso a lo largo de todo el relato. Comienza la historia con la fuga de una peligrosa asesina custodiada por el Sello de Brandenburgo, una institución que ya aparecía en otra novela del autor.
Pero el caso principal es el asesinato del primogénito de un acaudalado empresario de la ciudad de Oviedo. Aparecen numerosos sospechosos, y la investigación se complica continuamente, hasta el punto de que el protagonista (y el lector también) no saben de qué hilo tirar.
Pero además, Víctor Ros deberá enfrentarse a las sombras de su pasado, al reencontrarse con un antiguo amor al que traicionó. Para resolver el caso, contará con la ayuda de su amigo el juez Casamajó, pero también de Eduardo, un pilluelo al que rescató de la calle para adoptarlo, y al que está enseñando el oficio.
Tengo que reconocer que este es el caso del detective que más me ha gustado (de hecho, lo he leído en dos días), aunque recomiendo las tres novelas anteriores: “El caso de la viuda negra”, “El misterio de la casa Aranda” y “El enigma de la calle Calabria”. Por cierto, TVE está rodando la adaptación televisiva con Carles Francino en el papel principal. Veremos si consiguen recrear la atmósfera de la época y el espíritu del detective.
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