Philomena se quedó embarazada y dio a luz a su hijo Anthony
en el convento de Roscrea, un lugar al que iban a parar las “pecadoras” que
quedaban encintas fuera del matrimonio. Tras permanecer allí tres años criando
a su hijo y trabajando para las monjas en condiciones de esclavitud, fue
obligada a firmar un documento en el que renunciaba al niño y se comprometía a
no reclamarlo y a no intentar verle. Anthony fue adoptado por una pareja
estadounidense, junto con otra niña nacida en Roscrea.
Martin Sixmith relata entonces la vida de este niño,
rebautizado por su nueva familia como Michael, que llegó a convertirse en un
hombre importante dentro del partido republicano de los Estados Unidos,
llegando a trabajar para Ronald Reagan. A pesar de haber abandonado Irlanda a
los tres años, siempre conservó recuerdos de su madre biológica, y quiso reencontrarse
con ella.
Pero si he echado algo de menos en el libro, es el saber con
más detalle qué hizo Philomena durante cincuenta años. Sixmith cuenta, sin
entrar en muchos detalles, cómo siguió buscando a su hijo, pero se centra sobre
todo en la vida de Anthony/Michael.
Al margen de este detalle, es una historia sobrecogedora,
sobre todo teniendo en cuenta que se trata de un hecho real. El relato
emociona, indigna, atrapa desde el primer capítulo…y está narrado de forma ágil
y directa, incluyendo fotos de los protagonistas, con lo que se pone rostro a
todas aquellas personas que, directa o indirectamente, fueron víctimas del
fanatismo religioso que imperaba en Irlanda en los años 50, y que marcó las
vidas de todos ellos.
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